El voladito de la vida

Memogh
3 min readNov 4, 2021
Heads or Tails. Águila o Sol. Орел или решка. Kopf oder Zahl. Cara o Coroa. 頭または尾.

Mal llamado esperanza, es ese estado de vulnerabilidad en el que somos crédulos, inocentes. Donde estamos a merced de todo, menos de uno.

Uno deposita la esperanza en muchas cosas y por muchas razones. Llegamos a ella, no por una decisión propia, sino porque es lo que hay. Se acude a ella en las últimas y siempre esperando lo mejor. Como cuando, fiel a tu estúpido interior, te fondeas una cubita ya pasadas las dos de la mañana. Ya ni la necesitabas, pero chinguesumadre. Conforme avanza la noche y tu dejo etílico, vas delegándole todo a la esperanza. Esperanza de no despertar tan crudo; de amanecer en tu cama y no con un ellx en un HOTEL GARAGE de Calzada de Tlalpan; de que en tu buró, esté tu cartera y tu celular. Y por ejemplos, no nos morimos.

Y es que bajo su efecto, el cuerpo se te inunda de optimismo, te hermana con los que buscan lo mismo que tú y, ciertamente, te quita un peso de los hombros. Pareciera que hay algo místico en abalanzarte en sus brazos y dejarle tu todo a la nada. La esperanza puede y es cruel cuando te abandona, pero bondadosa cuando te corresponde. Y lo peor, es que puede ser las dos al mismo tiempo.

Mexicanos y holandeses en 2014 se le hincaban a la esperanza, como el más ferviente feligrés. En los pies de Arjen descansaba la de los holandeses y en las manos de Guillermo, la de los mexicanos. Ya sabemos el resto. En un mismo desparpajo de su magia, de nosotros se burló y a ellos, los abrazó. Es caprichosa. Ni siquiera se va con el mejor postor. Se va con quien le de la chingada gana. Eso sí, soberbia como siempre, porque sabe que por más mal que te trate, siempre habrás de volver. Como pendejo.

Y sí, puta madre. Siempre vamos a volverle a rogar. A rogarle que no te visite la cigüeña desde París, luego de consumar El Acto con tu Significant Other, sin profiláctico, como nos enseñó Diosito; a implorarle que el Gansito que escondiste atrás de las pechugas en el congelador, siga ahí; a suplicarle que pase tu tarjeta una vez más antes de que caiga La Quince. Es por eso que, aunque muchas veces es necesario delegarle todo a la esperanza, cuando se nos presente la oportunidad de resolver y rascarnos con nuestras propias garras, hay que hacerlo. Porque tampoco está cool que nos traiga de sus perras. Y si de plano, agotas todos tus recursos y ya no hay nada, pero absolutamente nada por hacer, ahora sí: aviéntate a la hamaca y deja que te toque como te toque.

Ahora, tampoco hay que ser indiferentes al sentimiento que nos provoca la misma. Es decir, si no te corresponde: empérrate, saca la rabia, llora y mienta madres. Si sí te corresponde: cuélgate la medalla, como si fuera tu mérito y no de una casualidad, gózalo, sonríe y levanta la cara. Así es este juego de la vida, donde la muerte es súbita y solo se pierde o se gana. No hay más.

La esperanza un día te va a barrer y gacho, como morrita de la Ibero viéndote lamer el miguelito azul de tu gomichela. Se va a dar la media vuelta y te va a abandonar. A eso se arriesga uno, cuando tienes la osadía de pedirle que te la haga buena. La esperanza vive de que le rueguen y no se puede dar el lujo de que te pongas digno y que no te le hinques en otra ocasión. Es por eso que se vale de un último recurso para que al menos otra vez, vuelvas a comer de su mano. La verás alejarse, pero te dejará un pedacito de ella, para que cuando tu corazón sane, tu orgullo se restablezca, pero sobretodo, para cuando la necesites, vuelvas a rogarle.

Y es por eso, BROS, que la esperanza nunca muere.

Adieu.

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